miércoles, 29 de diciembre de 2010

Por qué dejé de comprar Rolling Stone

La compré desde el primer número. Sí, ese con la doble tapa: Charly de un lado y Mick Jagger del otro.
Pero un día me cansé. El estilo "piola-argentino" (porteño,bah) sobrador y con mucha data que exhibe la revista escondía detrás una publicación cargada de prejuicios ideológicos muy fucking jodidos.
Como no quiero hacerla larga, re-envío esta carta que mandé a RS y que nunca se publicó.
Bien vale leerla para entender algunas cosas de la Argentina.
Estimado Santiago Monte.
En la RS 112 contás que te casaste y que viajaste a Misiones de luna de miel. Y diste algunos datos que merecen precisiones porque si no, los lectores pueden decodificar mal tus impresiones mieleras.
Decías: “… iba a las ruinas de San Ignacio y no paré de ver una caravana continua de camiones con árboles talados ¡No tienen idea de la cantidad!”. Y agregabas: “Misiones cuenta con tres papeleras (…) en las excursiones vimos (…) esos camiones que poco a poco se roban lo poco que queda de la selva misionera”.
Quizá el discurso ecologista que atiborra las pantallas y obnubila las mentes te influyó, estimado Santiago.
Así que vayamos punto por punto.
1. Lo que esos camiones llevan son rollos de pino de unos 20 centímetros de diámetro: son maderas de bosques cultivados que se plantan con ese exclusivo destino. (Es como que te quejes de los furgones térmicos de Entre Ríos que llevan pollos faenados a Buenos Aires para que vos los compres en el súper, ¿entendés?).
2. Esos rollos van a los aserraderos e industrias de la transformación mecánica de la madera. NO se usan para hacer papel ni pasta celulósica sino para hacer tablas, tableros, puertas, pisos, machimbres, finger-joint, maderas para casas, para marcos de ventana (hasta estaquitas que los yanquis compran en los Home Depot para sus huertas).
3. Misiones tiene tres plantas industriales grandes: dos elaboran pasta celulósica (materia prima para el papel) y otra para hacer papel.
4. La industria celulósica usa chips y rollos de madera muy finitos (de 5 cm. de diámetro) llamados raleos. Los que vos viste en las rutas sirven para la industria maderera.
5. Misiones tiene alrededor de 900 establecimientos de transformación mecánica de la madera (más comúnmente, aserraderos): hay gigantes (unos pocos), medianos (varios cientos) y chicos (el resto). Es -junto al nordeste correntino- el mayor cluster forestoindustrial del país.
6. Esta industria -la de los camiones en la ruta- no solo provee al mercado interno sino que exporta, inclusive más que la celulósica: incorporó en 2006 casi 200 millones de dólares, la mayoría de establecimientos medianos muy competitivos sin ayuda del Estado (no reciben subsidios como los FFCC metropolitanos, ni tienen promoción industrial como en San Luis, viste y padecen la mayor presión impositiva provincial del país: tenemos nuestros propios impuestos rovirianos a los cheques y a las exportaciones, por caso provistos por nuestro amado Gobernador).
7. Los árboles que se plantan o se reforestan (se plantan donde antes ya crecían otros talados) en general son pinos y constituyen el 18 por ciento de la superficie provincial.
8. Y, a pesar de la buena (y lo buena que está) de Nati Oreiro, NO CREAS, por Dios (o por Mollo, al menos) todo lo que te dicen en la tele: La mitad de la superficie de Misiones es…. selva con bosques nativos. Acá no se tumban bosques con máquinas para plantar soja porque no se la cultiva. Vos me dirás: “¿Pero los de Greenpeace…?” ¡Ah! ellos apenas conocen los árboles de la plaza 9 de Julio de Posadas.

Una buena: los corsarios de Salgari y de todos los escritores

Una de piratas: el reparto de felicidad, así se llamó una nota que escribí para El Territorio hace un tiempo atrás y de la que no me arrepiento.
Está buena porque trae data interesante...
Léala y me lo comenta.
“Ustedes se han enriquecido con mi piel, me han tenido a mí y a mi familia continuamente en la miseria y aun más que eso. Les pido solamente que, en compensación de cuanto les hice ganar, piensen ahora en pagar mi funeral. Los saludo quebrando mi pluma”.
No puede haber remitente más duro que quien escribiera estas sentidas líneas y los destinatarios –seguramente- deberían haberse sentido mal.
Pero parece que no.
El que firmó esta nota se llamaba Emilio Salgari, tenía 48 años y lo hizo horas antes de quitarse la vida.
La inquina (por no decir odio, tirria, animadversión, aborrecimiento, ojeriza, encono y aversión) que han sentido los escritores hacia quienes tenían que encargarse de publicar sus obras es –según cuenta Osvaldo Soriano- una constante en la soterrada historia de la literatura.
Se necesitan unos de otros, pero la relación ha padecido de estos melindres que han terminado en caso, con situaciones dramáticas como la del creador de El Corsario Negro.
Entre los que más padecieron esta condición opresiva se halla Franz Kafka, cuyo editor Kurt Wolff no desea ayudarlo. Así –conjetura Soriano- lo considera (a Wolf) el responsable de que la humanidad sólo haya heredado obras inconclusas.
Está bien, dirá alguno. Hagamos de abogados del diablo y veamos qué tenemos del otro lado. El propio Soriano en ‘Piratas, fantasmas y dinosaurios’ nos da algunas pistas.
“Hay que reconocer que el sacrificio mayor de los editores consiste en tratar a diario con los escritores que son los seres más desagradables, insolentes y arrogantes de la tierra”.
A confesión de parte, dirían en los tribunales…
En esto, el viejo hincha de San Lorenzo, los cigarros y los gatos da algunas puntas sobre las honorables excepciones. “En Estados Unidos es normal que los autores cobren todos los libros vendidos y –en muchos casos- se cobran por adelantado”.
Y por otra parte, recuerda a Carmen Balcells, la catalana que “inventó” el boom latinoamericano desde Barcelona al mundo y que le devolvió un poco la fe perdida en esa raza tan especial.
Pero ahí se detiene. No hay más y llega a destilar un odio concentrado cuando cuenta el episodio de un “editor” que no era suyo, un uruguayo que lo invitó a una suculenta cena en un sitio top de Buenos Aires con la libación de las mejores uvas añejadas de Mendoza todo para contarle que se había enriquecido editando de manera “trucha” en Montevideo (es decir, sin pagar derechos de autor) varias ediciones de No habrá más penas ni olvidos. “En ese momento me acordé de Napoleón quien fue un gran hombre sólo por mandar a fusilar a un editor”, escribió Soriano.
Estaba claro que toda esa cena y esos vinos los estaba pagando de alguna manera Soriano.
Pero hay más pistas de cómo operan y esto lo da Umberto Eco en El péndulo de Foucault. Porque hay una trama económica impresionante que queda desvelada.
Es notable cómo dentro de una obra de ese tenor (El Péndulo es una saga milenaria sobre templarios, rosacrucianos y demoníacos), el gran semiólogo italiano cuenta -mientras emite igual que Soriano un perfume de rencor- cómo es la modalidad en que siguen operando los editores.
Todo arranca con una sigla: Los AAF. Los Autores Autofinanciado. “Son esas empresas que en los países anglosajones se denominan ‘vanity press’”, ejemplifica.
Cuál es su marketing: “Pocos anuncios en periódicos locales, en revistas profesionales, en publicaciones literarias de provincias sobre todo las que duran pocos números”.
Los “AAF caen a racimos en la red”, parangona uno de los protagonistas.
La técnica consiste en que el interesado en publicar se acerca con su glamorosa creación al editor. Se la deja. A los días, el escritor (poeta, ensayista o novelista) se acerca. El otro le dirá: “Grande, realmente, grande. Para ganar un premio literario”.
Regresará al escritorio, dará una palmada sobre el original ya ajado, (“gastado por una señora de la editorial”) para dar la impresión de varias lecturas. “Y el editor dirá que sobre el valor de la obra no hay absolutamente nada que discutir aunque es evidente que se trata de un libro adelantado para la época y en cuanto a los ejemplares no sobrepasarán los 2000 ó 2500 a lo sumo”.
Y allí el autor ofrece tímidamente participar en los gastos de edición… ¡Para qué! Es lo que está esperando el otro.
El autor recurrirá al banco, a sus fondos de jubilación, vender sus bonos del tesoro, cualquier cosa.
“Mire estoy asombrado: los costos son tanto, imprimiremos 2 mil ejemplares pero el contrato se hará por 10 mil. Unos 200 ejemplares serán para usted para que regale a quién considere pertinente. Otros 200 se enviará a la prensa para hacer una campaña de difusión y los 1600 restantes se distribuirá. Sobre estos ejemplares usted no recibirá ningún derecho pero si el libro se vende haremos una reimpresión y entonces se quedará con el 12 por ciento”.
Aquí empieza la “trampilla” del editor.
Según Eco, la realidad será otra.
La tirada real será de 1000 ejemplares de los cuales se encuadernará solo 350. Irán los 200 para el autor, “una cicuentena para librerías asociadas, otros 50 para revistas de provincia, unos 30 para los periódicos, por si les sobra alguna línea en la columna de libros recibidos y el resto a cárceles y hospitales”.
Un año y medio después, acto final. El editor lo cita: “Amigo, ya se lo decía yo. Usted está adelantado 50 años. Hasta lo han premiado. Pero ejemplares vendidos, muy pocos. El público no está preparado. Nos vemos obligados a despejar el almacén como está previsto en el contrato (que adjunto). O se destruyen los ejemplares o usted los compra al 50 por ciento del precio de cubierta. Es su derecho”.
El autor enloquece de dolor. Los parientes lo consuelan, la gente no lo entiende. No puede ver que su obra irá a papel higiénico.
Y decide volver a endeudarse para comprar su propia obra.
Volvamos a la editorial. Han quedado 650 ejemplares sin encuadernar. El editor hace encuadernar 5000 y los envía contra-reembolso.
“Balance: el autor ha pagado con creces los costos de producción de 2 mil ejemplares. La editorial imprimió 1000, encuadernó 850 de los cuales 500 se pagaron por segunda vez. Así con una cicuentena de autores al año y la editorial cierra con un amplio margen de beneficios”.
Y sin remordimientos, dice Eco, “reparte felicidad”.

El hombre que trajo la soja a Misiones

Se llama Albino José Szychowski y forma parte de la familia homónima dedicada a la agricultura y la elaboración de alimentos en Misiones. Este tuvo un protagonismo como Ministro del Agro. A mediados de los 60, junto con la gente del Inta probó con la soja en Misiones. Era uno de los tantos productos que se intentó en esta provincia.
BUeno, acá van sus reflexiones con datos de una vida intensa.
Y aquella apuesta que dio sus dividendos dos décadas después, enriqueció a muchos, hizo perder las elecciones a Néstor K y mantiene las cuentas del Gobierno de Xtina.
“Siempre viví en la chacra llamada La Cachuera, trabajando con mi padre Juan Szychowski
Estudió en el Colegio Pascual Gentilini de la congregación Don Bosco con personaje Don Próspero, un maestro que trabajaba ahí y lo despedí luego de que falleciera
Luego vine a la secundaria en el colegio Nacional y ahí no me porté bien y me echaron.
Cuando llegué al establecimiento de mi padre La Cachuera, y él me preguntó ¿qué te pasó? Y yo le dije: “Me echaron”.
Y él. “Ah, bueno. Entonces vas a tener que trabajar. Mañana a las 5 venga a mi herrería que le voy a preparar una herramienta para que Ud se gane la vida”.
Y me entregó una azada. “Esta azada la hice con todo cariño para que mi hijo se gane la vida”.
Ya le marqué un predio de yerba vaya a carpir.
“Trabajé una semana carpiendo y luego él me hizo la liquidación de cuentas y me dijo: ‘No, no le alcanza. Debemos descontar la comida yvivir dignamente, así que no le alcanza’.
Qué le parece si intenta seguir estudiando.
Y fue una excelente lección.
Volví a Posadas y como no estaba autorizado a estudiar en los colegios oficiales porque mi travesura fue bastante importante.
En aquel tiempo estaba Arigoste Delis como secretario de Colegio Nacional y me dijo: “Mire, estas puertas estuvieron abiertas para que usted entre. Ahora, se abrieron para que usted se vaya”.
El amor propio y la lección que me dio mi padre me dieron la fuerza para encontrar lugar donde seguir estudiando. Y encontré la escuela de comercio que entonces n estaba oficializada y el director era Aníbal Lezner.
La comercio Nº 1 de San Lorenzo y Entre Ríos. Se iba a rendir en Concordia Entre Ríos
Ingresé a la Comercial y primer año regular rendí 2 y 3 libres. Entre al cuarto y rendí al 5º libre.
Y al segundo año finalizado volví a la chacra y mi padre me preguntó: Y ahora qué pasa. Y bueno, le traigo este papelito.
Perito Mercantil. De ahí servicio militar en RIM 30 y partí para Rosario en Ciencias Económicas
Y rendí una sola materia. Me hizo llamar porque quedó sólo en la empresa. Mi hermano (Juan Alfredo) Pancho estudiaba Ingeniería Química en Santa Fe y mi otro hermano mayor tenía otra actividad independiente (trabajaba con Molinos Río de la Plata) y con Imlauer.
Así que a los 23 vivía en el campo. Resolví casarme y apareció Carmen Bertolotti hija de Bernardino Bertolotti fundador de Colonia Almafuerte que está entre Bonpland y Alem. En la época de Ramón Puerta le pusieron a una escuela de ahí con el nombre de él.
Fue un hombre compenetrado con las tareas culturales y participó en la construcción del Palacio del Mate y era director del Parque Adam. Y fue secretario del Centro Agrario Yerbatero Argentino
Tuve tres hijos. Dos varones y mi hija Tamara poeta que falleció con sus dos libros que me encargué de publicar Poemas de Tamara y El oro de los páramos. En la tapa había un óleo que ella pintó. Y lo presenté en la biblioteca de Apóstoles que doné y con un cuadro de ella que doné también. Se llama La Silla y había ganado un concurso en la ciudad de Buenos Aires y compitió con 300 participantes.
A tres años de inaugurada la Biblioteca con 1000 volúmenes y hoy ya existen 8 mil libros y no hay más lugar.
Y tengo dos varones: Ingeniero electrónico Bernardino Ricardo y el otro que es contador público

A los 23 años se hizo cargo: en 1950 hice el servicio militar a los 21 años me puse a trabajar. Y éramos yerbateros y arroceros.
Misiones va con la agroproduccion y que se debe agregar valor y no sólo agrícola
Mis abuelos llegaron en 1900 el título donde le entregaron es la casa de piedra que hicieron los colonos donde era la administración de la colonia. Y en ese lugar lote 280, ahora funciona la Biblioteca Públlica Tamara Szychowski. Allí es el museo histórico y ahora biblioteca.
Se conjuga colegio de Discapacitados y la Biblioteca con el nombre de mi madre y el Museo que lleva el nombre de mi papá

Su primera marca era Aroma y resulta ser que por cuestiones de comunicación alguien le expropió. Y ahí surge La Cachuera
Significa cascada de agua para el río Uruguay para saltos menores de dos metros. Es sólo para esa zona ya que tiene su origen en el portugués Cachoeira es salto o cascada.
Y posteriormente mi padre agregó un nombre interesante Amanda; que quiere decir la bien querida por derivación etimológica y es el nombre que quedó en el mercado. Y es la marca que identifica a la firma
Aclaro algo: en 1966, me retiré, dejé de pertenecer y abandoné la empresa.
Y se hicieron cargo los que aún hoy están, entre ellos mi hermano Juan Alfredo y Ricardo Bruno que es Lalo y estaba mi hermano mayor Edmundo que ya falleció.
Y en 1966 inicié una actividad independiente.
Claro que en esa época llega el golpe de Estado y en la provincia pasa a mandar Hugo Jorge Montiel un gran amigo.
Y me llamó para colaborar: primero fue como interventor en el Instituto Provincial del Seguro y después estuve tres años.
En el IPS estuve un par de meses. Y ahí me ofrecen el MAA y con mucha resistencia de mi parte tuve que aceptar.
Y empiezo con el ministerio. Y lo primero que hago en lo que es el Correo ahora es que me dan un despacho con cinco o seis secretarias todas muy bonitas. Y lo primero que dije que no necesitaba tantas secretarias ni despachos tan lindos, todos alfombrados. Así que consideré que era impropio recibir semejante cosa.
Un ministerio agrario para la gente que es del interior. Y venían y tenían que deambular: en busca de la Dirección de Bosques, de la dirección de Tierras, y Ganadería. Y el pobre colono no podía.
Y así trasladé el ministerio a un viejo galpón destinado a acopiar madera que era de un aserradero
Y un editorial de ET donde H Pérez habla de la importancia del traslado y centralizado de oficinas.
Y sin divisiones. Con un galpón abierto nada más que mostradores de almacén. Y ahí los directores a la vista. E hice poner un letrero: Sr productor usted debe ser atendido directamente por el director y si no se puede alcanzar la solución pida ser atendido por el Subsecretario o el ministro.
Y había trabajo: unos 60 mil expedientes de títulos de tierra parados
Había por cuestiones políticas no le daban titulo.
Empecé a averiguar (Juan Kruchowski) como director de Tierras y ayudó con Homero Jáuregui la colonización Andresito
Y resolvimos en forma inmediata. Cada vez que entregaban el título hacían una demostración y anulé todas las disposiciones de exigencias tonas
Y empezamos a entregar títulos.
El patrón de asentamiento eran por disposiciones oficiales chacras de 25 ha y cuando la tierra no era buena, se autorizaba hasta 50 has.
Cuando en el gobierno del PRN me llama Albano Harguindeguy que estaba ministro del Interior y me propone hacer colonización Andresito y le digo que no tenía problemas. El me llama a mí y me dice sin tapujos y tengo sus currículum. Y sus abuelos eran hombres chacra y sus padres siguieron con la actividad agrícola y le agregaron la industria. Así que si usted mamó todo eso es hombre indicado.
Y le dije: Mire soy amigo de un hombre ingeniero militar tte. coronel Homero Jáuregui. Fue mi compañero de promoción.
Es mi amigo de cacería de ciervos y pescas de truchas. Y le llamé desde el despacho de Harguindeguy tengo una patriada para vos.
Tenés que abandonar tu puesto y venir acá. Voy a pensar y no, no vas a pensar. Ud se viene para acá
Y el y Homero Jáuregui me manejaron el proceso de colonización de Andresito.
Hicimos la centralización con casas del Iprodha, con el BPM se hizo una sucursal bancaria, con el obispo Jorge Kemerer una capilla, con el Ejercito se hizo la Escuela con nombre de Jáuregui, y algún loco puso una calle con mi nombre
Con asentamiento pasó a 70 has.
Me preguntaban en Buenos Aires por qué hacía una extensión tan grande. Porque no hay que olvidarse de la parte ecológica. Y así de cada predio se van a dejar 5 has en zonas colindantes que no se podrán explotar
Tiene los animales silvestres, la flora y el sotobosque.
Y se puede explotar la parte interna.
Fue una colonización estupenda y recibí felicitaciones del exterior porque fue progresista y sin costo.
El viejo espíritu misionero.
La gente tenía que ser auténticos hijos de colonos. Y cuando se hacen estas cosas, enseguida aparecen esos que nunca vieron una chacra o trabajaron la tierra y que dicen: “Che, reservame un lote”. Nada. No se les dio a ninguno.
El espíritu auténtico supervivió.
Era (y es) tierra de muy buena calidad y con un ingreso rápido: la explotación del monte. Después tenían que hacer cultivos anuales.
Cuando estaba la Crym y el MCYM y conseguí 12 has para el colono que tenía para el futuro porque estaba todo eso regulado
Y el colono entrba

Empecé en Apóstoles con primer centro ganadero en la Expo Feria de la YM
En Argentina hay tres órdenes de Quinquela Martín, del Fogon de los Arriero y de la Yerba Mate
En ese momento eran las únicas tres. Para lo cual colaboró uan gran periodista Lucrecia Jeaneret Vivió en Misiones se fue a Virasoro, y sus últimos años pasó en Barranqueras Chaco con una parienta una sobrina y ahí falleció.
La creé yo.
El impulso de los colonos, y hasta el nombre del pueblo.
Lo que ocurrió fue la colonización en épocas en que manejaban los marinos y no los militares: era Comandante Andresito o Juan Pablo Segundo.
Y se cambió por Almirante Brown
Y cardenal Samoré había estado para evitar el conflicto de Atlántico Sur
Hay un notable crecimiento en la región: ganadería, forestación y agricultura: hay aserraderos, secaderos de YM y el pueblo lo hicimos centralizado: El colono trabajaba en la chacra y volvía al pueblo. Así uno tiene organziacdo todo, agua corriente, electricidad, cloacas, caminos, educación. SI quiere ir a vivir en la chacra, que vaya. Pero lo obligatorio era el pueblo

EL TEMA SOJA
Era así: la provincia de Misiones es con un mosaico de razas y la ley Avellaneda que abre las colonizaciones es muy sabia y abre las colonizaciones. La primera vino 1898 cinco familias polacas y ucranianas. En 1900 mis abuelos: mis padres polacos mi madre austrohúngaros.
No había pasaportes y sí, la fe de bautismo.
Qué ocurrió: Todos estos colonos, y lo primero que hacen la explotación de la selva y luego los cultivos anuales y a futuro reciben autorizaciones de plantar yerba.
Estamos atados a la tierra, porque todas son producciones arbóreas: yerba, té, citrus, tung, forestación y había que buscar producciones alternativas anuales como en la Pampa Húmeda.
La economía del árbol es a largo plazo
Y entre los productos que buscamos, estuvo el tabaco que permitía el ingreso y limpieza del suelo.
Así contactamos con Seita que nos adquiría el 80 por ciento del tabaco negro que producíamos.
Yo quería instalar en Bonpland una fábrica de tabaco. Y queríamos poner valor agregado. Y el embajador francés vino dos veces en los años 60 a Misiones y lo queríamos interesar en instalar la fábrica acá.
Vino dos veces y les interesaba mucho, pero Seita pedía importar un 6 por ciento de tabaco para mantener el sabor de su tabaco negro y el gobierno nacional demostrando toda la ignorancia del tema –por eso nuestra capital no es Federal sino Unitaria- en las áreas perimetrales del país, y no nos autorizaron esa importación.
Hoy se trata de resolver desde los palacios directivos de la Capital sin conocer
Y Misiones tiene más del 90 pct de frontera.
El objetivo fue buscar otra alternativa anual.
Y me puse a hacer el programa Plante Soja. En 1967 11 de oct ET Plante Soja. Me criticaron Una campaña iniciose en la víspera.
Había un montón de letreros. Y puse en todas las rutas.
“No tiene mucho conocimiento este ministro: la soja se siembra”.
Ah no me diga: ¿Y ud conoce la mentalidad del productor?, le contestaba
Si ud le dice a un productor ‘siembre’ él va a poner la lechuguita o el repollito. Hay que acostumbrarle al productor a que ‘plante’ (con énfasis) como si fuera la yerba, o el tung o el té.
Y eso produjo el boom
Y fíjese que en 1979 la APSN me escriben una correspondencia y admitían el boom
30 mil has en 1969 y en 1978 había 1,700,000 has.
La ppal productora era santa fe. Era muy fácil decir Plante soja. El plan no terminaba ahí.
Primero viajé al Brasil con director agric Romero y recorrí toda la parte sur del Brasil y vimos las variedades. Trajimos 27 de ellas y se extraía el aceite de soja con plantas que todavía no eran solventes.
Cayetano Subresky en Puerto Valle y él hizo experiencias.
Y de allí salieron las tres seleccionadas. La Majo, Belle Ville, y la Prudente INTA
Con el ingeniero Laserre.
Se le hizo un libreto escrito a los productores y se les repartió: todo más con ilustración.
Luego había que cosechar y trillar.
Y ET nos acompañó divulgando esto. Se pedía la importación de trilladoras y logramos 50 máquinas. Las características del suelo con cultivos intercalados no permitían el corte y trillo.
Y esas importamos 50 y se las dimos a las Cooperativas.
Y después automáticamente viajé a Oberá donde había una metalúrgica y en Oberá seguimos haciendo las trilladoras. Era una cosecha manual y luego se trillaba.
Y ahí no terminaba el problema. Venía la cuestión de dónde poner el grano.
Hblé con dirección de puertos de Bs. Aires y la JNG que en ese entonces estaba el Sec Agr y conseguí que habilitaran los depósitos de Podas y se acopiaba y mandaba al puerto Buenos Aires donde ya teníamos los silos para guardar
Pero viajé a pedir silos para Misiones.
Y había 300 silos parados en Bahía Blanca varados tras un negociado
INg. Raggio y me ayudó dándome 25 silos que era lo que pedí.
Instalamos en Oberá (varios) Eldorado, Santo Pipó, Apóstoles. Así en todas esas cooperativas se empezó a acopiar la soja en los silos de esas cooperativas.
Pero faltaba otra cosa: cómo comercializar los granos.
La industrialización era la etapa que faltaba. Hablé con la cooperativa de los suizos de Santo Pipó y ellos estaban en ese momento sacando aceite de tung
Vamos al Banade a ing. Van Pergoro. Que nos dijo que había capacidad ociosa. Y el aceite de tung que se usaba para pintar los barcos. Y como no había guerra no había (tantos) barcos para pintar.
Vamos a Baires con Tungoil Santo Pipó con gente de ahí
Nos fuimos al Banade y Van Pewen dijo que había capacidad ociosa.
La Tungoil podía extraer aceite de tung pero no de soja. Y eso nos aducían.

Planteábamos comprar una planta de extracción a smet o extracción a solvente y era lo más moderno del mundo.
De Smet es la principal proveedora nacional de todas las industrias aceiteras y así sigue
Me dicen los directivos que viajaba a la Feria del Campo en Madrid y teníamos un stand del MCYM y era delegado en Alalc en Montevideo
Conseguimos que la UBS financiaran el saldo de 80 por ciento sobre el 20 pct que nos daba el Banade y sacar adelante la planta de Tungoil

“Tenemos que tener memoria porque la soja empezó en el país desde Misiones”, recuerda el ingeniero agrónomo Néstor Oliveri, Director del INTA Regional Misiones (ver Nota arriba).
Oliveri es responsable del equipo de trabajo que en la década del setenta desarrolló la famosa semilla Selección Cerro Azul que derivó en inmensos campos cubiertos del oro vegetal.
¿ Puede hacer soja Misiones y subirse al boom exportador que terminó por iniciar la Segunda Revolución de las Pampas? “En Misiones se puede hacer todo”, dice Oliveri, el hombre que quizá más sabe sobre soja de la provincia. “El asunto es conocer los límites con los que se lo hace”, advierte.
Los bolsones
Misiones tiene algunos “bolsones” de producción en el nordeste, -en Colonia Alicia-: son pequeños productores, a pesar de estar muy bien nucleados en cultivos de explotación masiva, a fuerza de sembradoras manuales no pueden afrontar los niveles de costos de producción.
Sin embargo, en la vecina orilla, Brasil también tiene tierra colorada y hace soja sistemáticamente a diestra y siniestra. “Misiones es un esquema diferente porqueen Brasil allá usan la tierra colorada como su propia Pampa Húmeda, hace terrazas, hace curvas de nivel, encala el suelo por la acidez; y eso en Misiones, por el tipo de productor nuestro, además de tener la pampa húmeda no se justifica”
Para el ingeniero agrónomo Alejandro Lotti, “la zona que está cerca nuestro es el Pergamino (Buenos Aires) de Brasil”, explicó el hombre del Crea.
“ Es muy diferente porque es soja con una serie de tecnologías a la que no tenemos tanto acceso. Por ejemplo: la cal más cerca que tenemos en el Nea está en Córdoba; el movimiento de cal es caro; la cantidad de cal que hay que mover es alto”, advirtió.(

La transferencia de energía de la Antropología al mundo

En 2008, entrevisté a Leopoldo Bartolomé que hablaba en un Congreso sobre la transferencia de energía un concepto sacado de un colega suyo, Richard Adams. Bartolomé es un orgullo para los misioneros y la mayor eminencia que dieron las ciencias sociales a esta provincia.
Acá van algunos conceptos de Adams respecto de la transferencia de energía.
“No cabe duda de que la evolución de la biosfera nunca ha estado bajo control humano —concluye El octavo día—. La capacidad humana de desencadenar crecientes flujos de energía no se equipara, en modo alguno, con la escasa habilidad de controlar los flujos subsecuentes.
Pareciera que los seres humanos hemos concentrado nuestra atención en los procesos que prometen mayores rendimientos, descuidando la calidad del control de los mecanismos detonadores”.
Otra frase
“Así como nunca podemos conocer realmente la realidad, no podemos conocer nunca realmente la potencialidad real de la energía. Siempre debemos operar sobre la base de las ideas que tengamos acerca de la realidad, y estas ideas se construyen por la cultura y la experiencia. En toda relación, cada actor tiene sus propias ideas, su propia potencialidad cultural, acerca de la situación”.

Otra
“Una suposición importante al respecto es que todo lo que tratamos tiene la calidad de energía. Es decir, se rige por la primera y la segunda ley de la termodinámica. Ya sea que tratemos con madera como combustible, o con sonidos del habla, o con la conversión nutritiva de los alimentos, o con tocados de plumas, símbolo de fuerza ritual, todos los elementos involucrados se conforman a estas leyes (Adams, 1978, p. 30).
Así tenemos que las vinculaciones entre los tres principales ámbitos de la sociedad se traducen a partir de la vinculación energética, la transformación de la energía. A manera de ejemplos podríamos pensar que la expresión política de contradicciones económicas alude a un proceso de transformación de energía mediante el cual observamos intercambios entre el sistema político y el económico. Siguiendo lo expuesto, tendríamos que todo es cuestión de identificar al ámbito societal que se ha elegido coyunturalmente como sistema, dejando al resto del sistema social como parte del ambiente. La relación la ciframos a partir del interés en destacar cierto aspecto de la realidad social”.

Y ESTA MUY IMPORTANTE
Adams señala que la información representa a la energía, así como al proceso de transformación:
Lo que se olvida en ocasiones es que, en el sistema cultural humano, los flujos de energía transportan siempre información... En sentido técnico, el flujo de información (es decir, la comunicación) se refiere... al movimiento de los marcadores energéticos en el espacio o el tiempo. No es diferente de ningún otro flujo energético. Sin embargo, esta transferencia de información ha sido confundida con la transferencia de significado (Adams, 1983, p. 133).
Trabajé en esta teoría: comencé en los ochenta o fines de los 70.
Soy oriundo de Michigan y trabajé en la universidad de Texas.
El calentamiento global es una de las consecuencias del uso vertical de la energía, en los términos que él mismo acuñó y prefiere usar.

Chaisson escribió sus ideas en los últimos quince años y yo principié hace 40 con esto. Pero igualmente la idea de aplicarlo a la antropología es propia.
Y él mismo en su libro hace seis trata de todo lo cósmico, biológico y cultura. Y utiliza los mismos términos. Es él -más que yo- quien ha utilizado la combinación de las tres cosas. Pero la idea del flujo horizontal y vertical es más mía que de él.
También considero que son mías los usos teóricos de la aplicación de las estrategias para mirar cómo la gente resuelve sus problemas: algunos lo hacen sin tener que gastar más energía (en su adaptación a las condiciones al medio y llevando su propia cultura a cabo), tal como el caso de los indios mayas que he referido en mis presentaciones.
Con una esposa guatemalteca y varios lustros viviendo en dicho país, Adams puso a prueba parte de su teoría con el análisis de comportamiento de diversas comunidades indígenas de dicho país.
Los datos provinieron más del censo. Ellos son 100 mil personas y son grandes poblaciones indígenas.

El estudio es antropocéntrico es por el interés del propio hombre, pero es un producto marginal y primero hay que ver cómo opera el proceso y luego cómo impacta en el ser humano.

Cómo generar energía eléctrica porque la hidrogeneración trae más consecuencias negativas que positivas. Leopoldo Bartolomé trabajó y conoce
Creo que dado que toda energía viene –en un sentido u otro- de fuentes naturales, cualquier estrategia usamos para controlar y obtener más energía será bueno hasta cierto punto. Pero siempre va a estar susceptible y va a ser vulnerable y podrá hacer daño a la fuente.
Un ejemplo: podemos usar todo el petróleo… Y después… No hay más petróleo (se ríe)
Hidroelectricidad es lo mismo; en el caso de la energía atómica, también. Para obtener todos tienen sus riesgos y peligros.
Por eso hay que reducir y de vivir más austeramente. Y de consumir menos energía. Eso es lo que hay que aprender.
Internet: un gran consumo de energía vertical (la que se utiliza para mover todo el sistema) pero por otra parte, se trata de una transferencia horizontal muy económica, es decir, con un flujo de energía casi constante

Luego del emocionado homenaje a Leopoldo Bartolomé, éste ofició de presentador de Adams, al que calificó “uno de los principales teóricos de la Antropología”.
Adams desarrolló en forma escueta las principales ideas de su corpus teórico. Uno de los elementos sobre los que cabalgó fue la medición de la tasa de flujo de energía libre. Y combinó sus teorías con aportes de otros autores como Eric Chaisson, Illya Prigogine y Alfred Lotka entre otros.
Así enfatizó que hay una tasa de flujo de energía libre constante en transferencias horizontales mientras que la tasa sube fuertemente cuando es vertical.
Dio el ejemplo de culturas mayas y parangonó también con el fenómeno de la globalización e internet. “En la globalización se da una gran cantidad de energía vertical consumida pero también una transferencia horizontal de información que posee una tasa más constante”.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Mario Vargas Llosa cuenta cosas al recibir el Nobel

Bien vale la pena escucharlo al inefable peruano al recibir un merecido premio con tanta aprobación.
"La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura".
Ser "escribidor" nunca resultó sencillo: "No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían".
Clásico invocador de los que ya no están, MVLl dice una frase muy interesante: "Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. "
Y valgan estas reflexiones de un tirón: "Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. "
Y salta su elemento libertario. "Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes".
Y no se olvida de los espantos actuales. "Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear"
Y luego está la geografía Llosiana. Su amor por Perú, por Europa, por Francia y Barcelona.
Y, claro, una de las declaraciones de amor más simpáticas oídas al recibirse un premio Nobel. Léalo atentamente. Dicen que la mujer de Marito se emocionó al escucharla y se la tenía bien guardada.
"El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.
Bueno, es largo amigos. Así que agárrense los pantalones y pónganse cómodos. Este es el discurso del escribidor Vargas Llosa, allá en la fría Suecia al recibir el Nobel de Litertura 2010. Bien vale la pena el tiempo que le dediquen a este notable literato.

Emotivo discurso de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Nobel




Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas.

Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida.

Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo-cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida.

La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.



lunes, 6 de diciembre de 2010

Los días nublados de ayer pasaron: Echo fuego a77aque

En el año 2003 Attaque 77 sacó Antihumanos un excelente disco de estudio.


De allí se hicieron muy conocidos el homenaje al Doctor René Favaloro. El tema se llamó Western. Y también hubo otro que pegó fuerte que se llamó ArrancaCorazones. Este éxito de ArrancaCorazones Tuvo un muy buen videoclip y estuvo en los top-ten.

Sin embargo de ese excelente disco, hay algunas otras perlas que merecen destacarse.

Y a ellos nos vamos a dedicar.

Echo fuego era el primer corte. Y desde la velocidad punk Attaque proponía una de las mejores letras del rock de los últimos años.
Un videito casero permite escuchar este buen tema...
Qué les guste
http://www.youtube.com/watch?v=hBP9z04FdOo&feature=related

La letra completa es
Echo fuego


Viernes!!!...ahora siempre es Viernes, sí…Sol!!! es preferible el sol sin dudas… Tiempo me sobra, aún estoy nuevo, aún tengo tiempo de más. Probé la vida y quiero más,
Tengo stamina de más y bonus para gastar…
Los días nublados de ayer hoy pasaron y no quiero saber de andar con mochilas de amargos recuerdos,
Con el cartel que dice: “Pegue que no duele”
…por que hoy echo fuego…Fuego!!! Cuidado te puedo quemar….
Solo!!!...mas bien acompañado por nadie…
Fuera de control!!!...mas despistado que el avión de Lapa estoy…
Me viene bien cualquier tren,
Siempre y cuando tenga deseos de viajar en tren…
Y mientras tanto boy al estilo Niki Lauda
Como Juana de Arco, en llamas, en llamas!!!
No tengo nada que perder…soy el Diego en el ’86, juego y convierto eludiéndome a cuatro,
Con el mismo pie izquierdo con el que me levanto…echo fuego!!!...Sí, sí fuego!!!!
Como el auto de Batman nomás…Supercell de optimismo, Twister de emoción, Fenómeno Tsunami, rocanrol del amor…
De enamorarse nada mas que del amor en sí, del amor en mí!!!
Los días nublados de ayer, hoy pasaron
Y no quiero saber de andar con mochilas de amargos recuerdos,
Con el cartel que dice: “Pegue que no duele”
Por que hoy echo fuego!!!Como Houseman, en el ’73. Fuego!!!
…como Robert de Niro en “Cabo de miedo”, como Racing campeón después de 30 años, cantando con la voz de Mostaza Merlo,
soy jinete sin cabeza y sin montura y Serena Williams es mi caballo negro…


La idea era contar que el tipo echa fuego, justamente.

Un tipo que está contento, excitado, caliente, con ganas…

“Tengo stamina de más y bonus para gastar…

Los días nublados de ayer hoy pasaron y no quiero saber de andar con mochilas de amargos recuerdos,

Con el cartel que dice: “Pegue que no duele”

…por que hoy echo fuego…Fuego!!! Cuidado te puedo quemar….

“Tiempo me sobra, aún estoy nuevo, aún tengo tiempo de más. Probé la vida y quiero más” canta Ciro Pertusi.

Y echa fuego como el auto de Batman, está en llamas como Juana de Arco. Y agrega que “voy al estilo Niki Lauda”.

Quien era Niky Lauda. Este fue un corredor de fórmula 1 que se salvó de puzuca como decimos x acá. Se incendió su Ferrari y toda su cara se deformó pero el tipo siguió corriendo en Formula 1.

Soy Diego en el 86

Como Houseman (el futbolista de Huracán) en el 73, como Robert de Niro en “Cabo de miedo”, como Racing campeón después de 30 años, cantando con la voz de Mostaza Merlo, Son todas comparaciones que habla la canción.

Y finaliza con unos versos increíbles.

“soy jinete sin cabeza y sin montura y Serena Williams es mi caballo negro… “

Al final se escucha relinchar un caballo… o tal vez una yegua.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Norah, la eventual hija de Ravi Shankar, Jones


Estoy enviando el comentario musical del suple Nea del diario donde trabajo y que sale el domingo 21 de noviembre. La memoria me devolvió a mi ciudad natal y lo que implicaba ser pobre (o clase media pobre) y tener que re-buscarte con la música. Me gustaban los Beatles pero sus fuckings discos SIEMPRE fueron caros. Entonces, vi la foto de ellos (ver tapa del disco) y pensé que obtendría algo. Un fiasco, bah, como digo en la nota.
Era adolescente cuando vi por primera vez en la vieja casa Imlauer de Eldorado (uno de los dos locales que vendían discos, hasta donde yo recuerde) un álbum en oferta donde presentaban a Los Beatles pero no era de ellos. No. Ahí estaba el truco. Era un disco de Ravi Shankar un gurú de la India que los muchachos de Liverpool habían conocido a instancias del bueno de George Harrison, siempre tan inclinado a las experiencias religiosas de tipo oriental. Y creo que funcionó. Compré el disco que –por supuesto- traía muchos sones con la cítara y aires de la India (muy al estilo Baby you’re a richman o Within You, Without You,) y muy poco de los Fab Four. Un clavito, digamos.
Pero la historia es que el bueno de Ravi vio el filón. Los Beatles lo dejaron a él pero él no dejó la fama. Y se mudó a Estados Unidos. Y conoció una muy bella sureña que trabajaba de promotora de eventos. La chica estaba lejos de casa, medio tristonga y el indio supo “entrarle”. ¿Conclusión? Ella volvió a mamma’s home con el “titulito”. Así nació Norah Jones, bella como su madre pero petisita como su padre con esos maravillosos ojos grandes y oscuros.
Y claro, con el equipo de música de “grandma” sonando todo el día, mamó toda la música del Sur de Estados Unidos. El jazz, el blues, el rythm and blues. Todo. Y desde chica (bueno, era más chica todavía) aporreó el piano con habilidad.
Con buen oído, una más que aceptable voz, buen gusto para elegir las compañías y formación musical de base, migró hacia la gran ciudad. Su primer disco fue un suceso: cosechó todos los Grammys que se podía. Sí, las fotos muestran cómo no le alcanzaban los brazos para contenerlos.
Pero la vida siguió. Norah continúa siendo una más que correcta pianista con una voz flexible, modulable que se acomoda a sus eventuales Partners y demostró ser inmune a las modas, todo un mérito para la pequeña hija de Ravi Shankar (al que nunca le prestó demasiado interés, por otra parte).
Y hoy ya no es la niña mimada de la industria pero sigue siendo una respetable música que se junta con gente que sabe de qué va la cosa… y canta… Y toca. Y le sale bien, que es lo más importante.
Así en estos casi diez años que van desde 2001 se dio el gustazo de tocar y cantar con monstruos como Ray Charles y Dolly Parton.
El arranque no puede ser más esperanzador: Con The Willies una banda que integró Love me es un punto muy alto.
En el track 3 Turn them Sean Bones vuelve a quedar claro que lo suyo es combinar piano órgano y clavinet. Muy buen tema
El 4 con Willie Nelson se nota el buen enganche de voces: Baby, It’s could outsider (Nena, hace frío afuera)
En el track 5, se destaca el buen ritmo vaquero Bull rider y la buena voz de compañía de Sasha Dobson denota que le hace bien coactuar con cantantes folks
Little lou ugly jack prophet John otro notable momento de voces excelentes.
Con Ray Charles, Norah se maneja como pez en el agua. Es como pensar a Marcela Morelo (por decir alguien) cantando con Polaco Goyeneche.
En Loretta (track 13) vuelven a destacarse las voces increíbles y guitarra folk así como cuando presenta a Dolly Parton en Creepin’in (track 15) ya comentado anteriormente en un álbum solista de Jones.
Como no podía ser de otra manera hay conexiones con el mundo actual. NO está mal. Ahí aparecen Foo Fighters, Outkast, Q-Tip. Rap y otras lindezas. No parecen conjugar con el resto del estilo de la modosita hija de Ravi Shankar.
El disco –con escasísima información en el booklet- tiene bien ganado un lugar de recomendable.